Iba absorta en mis ideas disparatadas -cómo siempre- cuando escuché mi nombre. Mi mirada se volteó hacia donde había escuchado aquella voz que me resultaba familiar.
Allí estaba, en la acera de enfrente. Apenas le reconocí. Cruzó y en un dos por tres lo tenía frente a mi.
-¿Eres...?
-Sí. Más flaco, más calvo y más viejo. Tú, en cambio, estás igualita. Sonreí.
-¿Y que tal todo? ¿Y la familia?
-Todo y todos bien, como siempre.
-¡Qué bueno, cuánto me alegro!
-Yo me alegro de verte a ti, verte tan bien.
Suena mi celular. Feliz por aquella acertada coincidencia, contesto. Cuelgo y me apresuro a despedirme usando como excusa la feliz coincidencia de la llamada.
-¿Te puedo llamar y así nos ponemos al día? ¿Me das tu número?
-Eehhh, mejor no. Y seguí calle abajo sin voltear a ver.
Vuelven mis ideas disparatadas que me preguntan: "¿Cómo es que alguna vez pensaste que no podrías vivir sin él?"
Ellas mismas contestan: "sólo la locura podría explicarlo".
A veces no son disparatadas, son sensatas mis ideas.
Microcuento escrito por Carmen Minerva 16/feb/2018
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